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Envidia de Saúl
1-2Una vez que David y Saúl terminaron de hablar, Saúl tomó a David a su servicio y, desde ese día, no lo dejó volver a la casa de su padre. Jonatán, por su parte, entabló con David una amistad entrañable y llegó a quererlo como a sí mismo.
3Tanto lo quería que hizo un pacto con él:
4Se quitó el manto que llevaba puesto y se lo dio a David; también le dio su túnica, y aun su espada, su arco y su cinturón.
5Cualquier encargo que David recibía de Saúl, lo cumplía con éxito, de modo que Saúl lo puso al mando de todo su ejército, con la aprobación de los soldados de Saúl y hasta de sus oficiales.
6Ahora bien, cuando el ejército regresó, después de haber matado David al filisteo, de todos los pueblos de Israel salían mujeres a recibir al rey Saúl. Al son de liras y panderetas, cantaban y bailaban,
7y exclamaban con gran regocijo:
«Saúl mató a sus miles,
¡pero David, a sus diez miles!»
8Disgustado por lo que decían, Saúl se enfureció y protestó: «A David le dan crédito por diez miles, pero a mí por miles. ¡Lo único que falta es que le den el reino!»
9Y a partir de esa ocasión, Saúl empezó a mirar a David con recelo.
10Al día siguiente, el espíritu maligno de parte de Dios se apoderó de Saúl, quien cayó en trance en su propio palacio. Andaba con una lanza en la mano y, mientras David tocaba el arpa, como era su costumbre,
11Saúl se la arrojó, pensando: «¡A este lo clavo en la pared!» Dos veces lo intentó, pero David logró esquivar la lanza.
12Saúl sabía que el Señor lo había abandonado, y que ahora estaba con David. Por eso tuvo temor de David
13y lo alejó de su presencia, nombrándolo jefe de mil soldados para que dirigiera al ejército en campaña.
14David tuvo éxito en todas sus expediciones, porque el Señor estaba con él.
15Al ver el éxito de David, Saúl se llenó de temor.
16Pero todos en Israel y Judá sentían gran aprecio por David, porque él los dirigía en campaña.
17Un día Saúl le dijo a David:
—Aquí tienes a Merab, mi hija mayor. Te la entrego por esposa, con la condición de que me sirvas con valentía, peleando las batallas del Señor.
Saúl pensaba: «Será mejor que no muera por mi mano, sino a mano de los filisteos».
18Pero David le respondió:
—¿Quién soy yo? ¿Y quiénes son en Israel mis parientes, o la familia de mi padre, para que yo me convierta en yerno del rey?
19Sin embargo, cuando llegó la fecha en que Saúl había de casar a su hija Merab con David, Saúl se la entregó por esposa a Adriel de Mejolá.
20Mical, la otra hija de Saúl, se enamoró de David. Cuando se lo dijeron a Saúl, le agradó la noticia
21y pensó: «Se la entregaré a él, como una trampa para que caiga en manos de los filisteos». Así que volvió a decirle a David:
—Ahora sí vas a ser mi yerno.
22Entonces Saúl ordenó a sus funcionarios:
—Hablen con David en privado y díganle: “Oye, el rey te aprecia, y todos sus funcionarios te quieren. Acepta ser su yerno”.
23Esto se lo repitieron a David, pero él respondió:
—¿Creen que es cosa fácil ser yerno del rey? ¡Yo no soy más que un plebeyo insignificante!
24Los funcionarios le comunicaron a Saúl la reacción de David.
25Pero Saúl insistió:
—Díganle a David: “Lo único que el rey quiere es vengarse de sus enemigos, y como dote por su hija pide cien prepucios de filisteos”.
En realidad, lo que Saúl quería era que David cayera en manos de los filisteos.
26Cuando los funcionarios de Saúl le dieron el mensaje a David, no le pareció mala la idea de convertirse en yerno del rey. Aún no se había cumplido el plazo
27cuando David fue con sus soldados y mató a doscientos filisteos, cuyos prepucios entregó al rey para convertirse en su yerno. Así fue como Saúl le dio la mano de su hija Mical.
28Saúl se dio cuenta de que, en efecto, el Señor estaba con David, y de que su hija Mical lo amaba.
29Por eso aumentó el temor que Saúl sentía por David, y se convirtió en su enemigo por el resto de su vida.
30Además, cada vez que los jefes filisteos salían a campaña, David los enfrentaba con más éxito que los otros oficiales de Saúl. Por eso llegó a ser muy famoso.